Algunas veces, cuando mantengo conversaciones conmigo misma, en la soledad de la noche, en el ruido del tráfico mientras manejo en la ciudad, cuando voy caminando en silencio, pienso en las diversas formas en que la frivolidad ha atacado a la Humanidad. Vivimos en una era de frivolidad, pero la de hoy es distinta.
Digo que esta frivolidad es distinta porque busca la inmediatez. Pero, sería muy injusto decir que ahora somos mas frívolos que antes. No creo. Más bien, pienso que a lo largo de la Historia, la frivolidad ha ido tomando diversas formas. Es un rasgo muy maleable. Un tipo de frivolidad da a luz a la otra cuando su brillo se empieza a extinguir.
La frivolidad es una fuerza como la gravitación, una energía como la electricidad, un flujo como el agua. Tiene, da fuerza, y se transforma. Es una enamorada de sí misma y su amor no tiene límites, Se presenta en forma democrática por igual en oficios, profesiones, mujeres, hombres, en riqueza o pobreza, sin mirar títulos o rangos.
La frivolidad se decora con cadenas gruesas y brillantes, usa sombrero de copa y se autoaclama y no pierde la oportunidad de exhibir belleza, riqueza, pureza, y todas las “ezas” que por fala de profundidad no sabe denominar como virtudes.
El brillo de la frivolidad resplandece y encandila. Puede cegar. No obstante, es fácil de detectar. Con un poco de paciencia se nota la artificialidad de su sustento. En el perímetro de la razón, un observador, ni siquiera tan aventurero ni avezado, se da cuenta.
Por eso, a veces, cuando voy conversando conmigo misma, pienso en las diferentes formas de frivolidad, en la virulencia que la inmediatez le imprime y en los estragos que nos deja.
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